Porque no siempre vas a ganar ni a salirte con la tuya, así que llegará un día que perderás. Ese día vendrá para darte una lección de realidad y ponerte de nuevo los pies en el suelo. Quizá no sepas ni cómo has llegado hasta él, ¿por qué a mí? ¿por qué ahora? No busques razones. La mente, el cuerpo y nuestras propias decisiones se escapan a veces de nuestro control sin previo aviso.
Esos son los días malos, los días realmente malos, esos a los que, por mucho que lo intentes, no vas vencer. No remontarás como haces normalmente, no serás capaz de levantar la mirada y sacar tu fuerza, no podrás hacer nada.
Quizá creas que nunca serás débil porque todo lo que has pasado te da un bagaje imposible de romper, pero no es así, debes saber que ni los mejores ganan siempre, y tú ni siquiera te acercas a ellos.
Y te sentirás fatal, claro que sí, no solo por no completar tu objetivo de hoy, eso es casi lo de menos, te sentirás una mierda por no haber sido capaz de vencer a tu mente que es, al fin y al cabo, la que te ha hecho caer a lo más profundo.
La peor sensación vendrá en esos milisegundos en los que, aunque puedes tomar la decisión de seguir, decides abandonar, recoges tus cosas y te vas a casa. Durante el camino solo pensarás en volver, pero hay algo dentro de ti que te lo impide, y tú quieres, pero no funciona. Y entonces aparecerá esa lágrima que tanto tiempo llevas aguantando, esa gotita húmeda contra la que has luchado con más fuerza que en el peor de tus WODs.
Pero esa lágrima, la primera de todas las que quedan por venir, te hace aun más humano. No te debilita, por supuesto que no, así que no la temas, no tengas miedo de nada, porque ella es la representación de todo lo que llevas dentro y que a veces resulta imposible de sacar por otros medios.
No sabes cuándo, pero perderás. Pero la siguiente victoria será la mejor de las victorias.